Para iniciar (en realidad, continuar) dicha tarea, decidí leer El Antiguo Régimen y la Revolución, de Alexis de Tocqueville, partiendo de un prejuicio. Dentro de las varias interpretaciones que existen sobre la Revolución Francesa, la conservadora o contrarrevolucionaria se apropia del análisis de Tocqueville para justificar todo tipo de reproches, por lo que creí que iba a enfrentarme a uno de sus campeones. Pero nada más lejos de la realidad.
Alexis de Tocqueville (París, 1805; Cannes, 1859) fue un historiador, filósofo y político francés; uno de los principales responsables de la redacción de la Constitución de 1848 y, durante un breve periodo de tiempo en 1849, ministro de Asuntos Exteriores. Su fama se debe, sobre todo, a La democracia en América (1835-1840) y a la obra objeto de comentario, El Antiguo Régimen y la Revolución (1856). Ambos libros son un reflejo de la preocupación intelectual que tuvo durante toda su vida por estudiar e investigar sobre las consecuencias que tiene para la sociedad el principio de igualdad. En el primero de ellos señalaba que la democracia amenazaba con convertirse en esclava de la mediocridad y de una dictadura letárgica; en el segundo, el cual formaba parte de un proyecto inconcluso mucho más amplio, que el colapso de la monarquía francesa se produjo por culpa de su despotismo, que permitió la aparición de una clase de intelectuales irresponsables que se regalaban con ideas abstractas, y que la Revolución fue la culminación de siglos de historia francesa, no un corte, y que continuó desarrollando la actividad de los reyes de Francia para acentuar la centralización y socavar las libertades. Algunos de los temas que Tocqueville expone a lo largo de sus páginas podrían considerarse una parte de las ideas del pensamiento contrarrevolucionario, aunque no puede considerarse un defensor del Antiguo Régimen. Si acaso, un nostálgico.
Por regla general se considera que la interpretación conservadora o contrarrevolucionaria de la Revolución fue inaugurada por Edmund Burke en sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia (1790). Puede que esto esté justificado en los casos de Inglaterra y Alemania, pero no cuando nos referimos al ámbito francófono, ya que la obra de Burke, cuyas ideas eran conocidas antes de que se supiera nada de Reflexiones, apenas tuvo influencia política en Francia. El abate Barruel ya había criticado a los philosophes ilustrados por haber puesto los derechos individuales por encima de los valores colectivos; Calonne había defendido el prejuicio frente al razonamiento abstracto basado en a prioris; Antoine de Rivarol había criticado la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano y defendido el trono y la obediencia a éste en diversos artículos. Pero, sin duda, quien ejerció una influencia mayor y más esencial fue el periodista suizo Mallet du Pan, quien desde el verano de 1789 estuvo en contacto con un pequeño grupo de la Asamblea Constituyente conocido como los monarchiens y había realizado profundas críticas a la Revolución desde el punto de vista moderado. Para el ginebrino, la soberanía popular era una ficción; la libertad, un fraude, y el contrato social original y la ley natural, mentira. Du Pan creía, además, que el derecho positivo cumplía la función de proteger la propiedad de los ricos de los ataques de los pobres; que la libertad política no era más que la promoción de intereses particulares; que los cuerpos intermedios explotaban al cuerpo social en vez de protegerlo, y que los philosophes eran hipócritas que mitigaban el sentimiento de culpa que les provocaban sus privilegios con buenas palabras. Tras haber huido de Francia a Suiza en 1792, puso por escrito sus Consideraciones sobre la naturaleza de la Revolución de Francia (1793), en las que aprueba los objetivos de ésta, pero rechaza los medios. El ginebrino tenía claro que el sistema señorial francés necesitaba una reforma, pero se mostraba hostil a lo que se refirió en repetidas ocasiones como “la democracia de la canalla”. Así, elogió moderadamente los decretos de agosto que abolieron los privilegios feudales, pero temía a la revuelta campesina subsiguiente. En cuanto el ataque a la aristocracia amenazó con convertirse en un ataque generalizado a la propiedad privada, lo rechazó, y a medida que la Revolución avanzaba, Mallet se volvía cada vez más hostil a los jacobinos. Los escritos de Mallet du Pan, que alcanzaron a una vasta audiencia gracias al Mercure de France, contemplaban casi todos los grandes temas del pensamiento contrarrevolucionario, los cuales se reiterarían en toda Europa durante décadas, pasando por Burke, Joseph de Maistre o Louis de Bonald. En ese sentido, Tocqueville no fue una excepción.
Pasando a analizar específicamente la obra que nos ocupa, desde el punto de vista del autor, vicios intrínsecos al Antiguo Régimen, como la pervivencia de las cargas económicas derivadas de la servidumbre, la progresiva centralización del poder en detrimento de las libertades generales y locales, la excepcionalidad de la justicia, la ineficacia del gobierno y la administración para acometer reformas y la arbitrariedad de sus actuaciones, y la división entre burgueses, nobles y campesinos, constituyen las causas profundas de la Revolución Francesa. No obstante, Tocqueville no se detiene en una mera apreciación general. En el transcurso de su argumentación, el pensador francés pone en una balanza a la sociedad del Antiguo Régimen y a la de sus contemporáneos para concluir que hay más semejanzas que diferencias entre ellas. Por mucho que la Revolución se haya esforzado por romper con el pasado, la “nueva” Francia sigue conservando muchas de las instituciones viciadas de la vieja sociedad, como la tutela administrativa, la justicia administrativa y la garantía de los funcionarios, la centralización o el intervencionismo estatal y, en cambio, carece de lo que Tocqueville considera un verdadero régimen de libertades, es decir, aquél que garantiza el imperio de la ley (y, por tanto, la prevalencia de la justicia), la existencia de mecanismos capaces de moderar el ejercicio del poder, la descentralización, el respeto de los derechos individuales y, sobre todo, la existencia de un espíritu de independencia e inconformismo arraigado entre los ciudadanos. Así, en el pensamiento de Tocqueville, al igual que en el de otros historiadores de la época, como François Guizot, la Revolución es desposeída de su carácter de mito fundador para convertirse en un gran intento (pero un intento, al fin y al cabo) por sentar la libertad política sobre un aparato institucional progresista; y más específicamente, en el corolario del esfuerzo realizado por el poder real, ayudado por la masa del pueblo, para debilitar a la aristocracia, teniendo como paradójico efecto la progresiva emancipación del tercer estado, el derrocamiento de la misma monarquía y la reproducción de los vicios del Antiguo Régimen sobre la malograda idea de igualdad. Es el triunfo de la democracia que degenera en despotismo; el despotismo que condena a Sócrates a beber la cicuta.
Se trata de un libro, en conclusión, que consigue proyectar, con gran lucidez, un juicio crítico sobre parte de la obra de la Revolución Francesa desde la perspectiva de un autor nostálgico y elitista con tendencias anglófilas que cabalga a lomos de la historia, la sociología y la teoría política; que si bien no se distancia lo suficiente del objeto de conocimiento, debido a las implicaciones personales que tenía para él (la familia de Tocqueville pertenecía a la nobleza y su bisabuelo, aristócrata liberal, defensor de Luis XVI, había sido guillotinado durante el Terror), no desacredita su original, aunque tendenciosa y desafortunadamente incompleta contribución a la interpretación del fenómeno. Para François Furet, “el lazo entre Tocqueville y la historia no se basa en la atracción del pasado sino en su sensibilidad por el presente”. Como escribía Eric J. Hobsbawm sobre la revolución, “(...) por el carácter mismo de sus efectos, las revoluciones son muy difíciles de analizar satisfactoriamente, porque están envueltas -y deben estarlo- por un halo de esperanza y desilusión, de amor, odio y temor, de sus propios mitos y de los de la contrapropaganda”.
BIBLIOGRAFÍA
Belchem, J. et Price, R. (eds.) (2007): Diccionario Akal de Historia del siglo XIX, Akal, Madrid.
Furet, F. (1980): Pensar la Revolución Francesa, Barcelona, Ediciones Petrel.
Hobsbawm, E. (2010): Revolucionarios, Barcelona, Crítica.
Raynaud, P. et Rials, S. (2001): Diccionario Akal de Filosofía Política, Madrid, Akal.
Stedman Jones, G. et Claeys, G. (eds.) (2021): Historia del pensamiento político del siglo XIX, Madrid, Akal.
Tocqueville, A. de (2018): El Antiguo Régimen y la Revolución, Madrid, Alianza.