viernes, 12 de noviembre de 2021

Auriga de Delfos

El documento objeto de comentario se corresponde con la imagen de una estatua conocida como el Auriga de Delfos, realizada en estilo severo en 474 a.C., esto es, en la época clásica (siglos V-IV a.C.). El severo (500-460 a.C.) se refiere a un estilo de escultura griega, a caballo entre el arcaísmo y el lenguaje clásico, caracterizado por la pérdida de la sonrisa arcaica y la adopción de una expresión de reflexiva serenidad. La estatua formaba parte de un grupo más amplio hallado en Delfos en 1896. Actualmente, la obra se conserva en el Museo Arqueológico de Delfos.

Se trata de una estatua exenta, pedestre, realizada en bronce mediante la técnica de la cera perdida, de la que se obtienen las piezas (posteriormente ensambladas) a partir de un molde, con incrustaciones de vidrio en los ojos. Sobre un pedestal se alza la figura al natural de un auriga joven que, a pesar de no conservar su antebrazo izquierdo, sujeta firmemente lo que queda de las riendas de los ausentes caballos en un momento anterior o posterior a la carrera. Ciñe una túnica sujeta a la altura del pecho, para que no estorbe en la carrera, marcando la diferencia entre la parte superior y la parte inferior del cuerpo. Si bien el rostro nos transmite cierta expresión contenida, acentuada mediante las incrustaciones de vidrio en los ojos, el torso gira ligeramente respecto a la posición de los pies desnudos, firmemente enclavados en el pedestal, y la composición se abre en tanto los brazos se despegan del cuerpo. Todo ello para anunciar la ruptura con los planteamientos formales de la escultura arcaica. El tratamiento del rostro, así como el de los pliegues, curvados en la parte superior y estriados en la inferior, tiende hacia el realismo creando un juego de luces y sombras que contribuye a dar volumen al conjunto. La obra es un exvoto dedicado a Apolo para conmemorar la victoria del tirano Polizalos de Gela (o su hermano, Hierón) en la carrera de cuadrigas de los Juegos Píticos de Delfos. La conservación de la obra es buena, aunque el bronce ha adquirido un tono verdoso debido al paso del tiempo.

En conclusión, el Auriga de Delfos anuncia la transición entre la escultura arcaica y la clásica rompiendo con convenciones anteriores como la frontalidad, el hieratismo, la composición cerrada o la sonrisa arcaica. Resulta una obra única, ya que actualmente se conservan pocos bronces originales griegos, entre ellos el Dios del cabo Artemiso o los Bronces de Riace, siendo la mayoría copias romanas.

La escultura griega, tanto exenta como adaptada, se caracteriza por la búsqueda del ideal de perfección, representado por la armonía (como contrapunto del caos), el canon con arreglo al hombre, el movimiento, el naturalismo y la proporción. Los materiales más utilizados son el bronce, la madera, el marfil, el mármol procedente del Pentélico o la isla de Paros, el oro, la piedra caliza, el vidrio y, en ciertos casos, la terracota. Entre las técnicas empleadas destacan el añadido de cemento, colores y vidrio; el cincelado; el criselefantino a base de marfil y oro, y, sobre todo, la técnica de la cera perdida, de la que se obtienen figuras de bronce y oro a partir de un molde. No obstante, la mayor parte de las obras acabadas en bronce fueron fundidas para la fabricación de otros objetos, por lo que actualmente tan sólo contamos con copias romanas realizadas en mármol, así como con aquéllas rescatadas por la arqueología submarina. La función de la escultura es propagandística, didáctica y religiosa.

En la época clásica, caracterizada por el ascenso y la caída de Atenas entre el fin de las Guerras Médicas (492-477 a.C.) y la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.) y el dominio de Macedonia desde Grecia hasta la India, la escultura alcanza el ideal de perfección gracias al refinamiento de la técnica y tiende a mantener el equilibrio entre la representación del carácter o dominio de sí (ethos) y la del sentimiento (pathos). Entre el año 500 y el 460 a.C., se distingue en la plástica griega un primer periodo clásico llamado severo porque las imágenes pierden la característica sonrisa arcaica y adoptan una expresión de reflexiva serenidad. Algunos de los autores de esta época son Cálamis, Cresilas y Critios, aunque los más importantes son Mirón, Policleto, Fidias, Praxíteles, Scopas y Lisipo.

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