sábado, 8 de octubre de 2016

Fachada del Convento de Santa Clara de Santiago de Compostela

El documento objeto de comentario se corresponde con la fachada principal del Convento de Santa Clara de Santiago de Compostela (1719), obra cumbre del barroco de placas gallego y, más concretamente, del barroco compostelano, facturada por Simón Rodríguez para las Hermanas de la Orden de las Clarisas.

El arte barroco se define como un conjunto de manifestaciones arquitectónicas, escultóricas y pictóricas desarrollado entre los siglos XVI y XVIII que rompe con el clasicismo renacentista, fruto de una época de convulsiones en Europa, esto es, la Reforma protestante y católica, los conflictos político-religiosos y los avances científicos (Kepler, Galileo) que contribuyen al decaimiento del antropocentrismo propio del Renacimiento. Es, asimismo, un arte propagandístico al servicio de la Iglesia católica y las monarquías absolutistas, sobre todo la francesa, que busca conmover al espectador a través de temas que redundan en la fugacidad de la vida y la muerte y recursos visuales como las distorsiones arquitectónicas, las luces irreales, la teatralidad y la escenografía.

El arte barroco nace en Italia a finales del siglo XVI a partir del manierismo y, a lo largo del siglo XVII (1630-1690), con centro en Roma, se va imponiendo paulatinamente en los restantes estados europeos, donde se adapta a las tradiciones. Entre 1690 y 1750 se desarrolla, finalmente, el barroco tardío y el estilo Rococó, caracterizado por su gran carga decorativa y el recurso a la escenografía.

A nivel arquitectónico, el arte barroco varía en función de las adaptaciones regionales. En España, la arquitectura de la primera mitad del siglo XVII se caracteriza por sus influencias herrerianas, la transmisión de un mensaje contrarreformista en relación con el Escorial y el monumentalismo. A lo largo del siglo XVII se desarrolla una arquitectura jesuística que toma su modelo de la Iglesia del Gesú de Roma, de materiales pobres como el ladrillo, y una arquitectura urbana cuyos elementos más importantes son la plaza mayor como la de Madrid de Gómez de la Mora, el teatro, los paseos, las plazas de toros, etc. A partir de la segunda mitad del siglo XVII en adelante, el rigor estructural y ornamental escurialense queda atrás, superado por la riqueza decorativa, el movimiento y dinamismo de los muros, la ruptura de los frontones y el dominio de la curva (Hermanos Churriguera – Plaza Mayor de Salamanca; Figueroa – Colegio de San Telmo de Sevilla; Narciso Tomé – Transparente de la Catedral de Toledo; Herrero el Joven – Iglesia del Pilar de Zaragoza; Giner Rabassa de Perellós y Lanuza – Palacio del Marqués de Dos Aguas de Valencia; Jaime Bort – Catedral de Murcia). El siglo XVIII, por otra parte, asiste a la influencia del gusto francés de Versalles y de elementos italianos combinados con españoles (bolas, chapiteles o agujas, motivos heráldicos, materiales, etc.), tal y como podemos comprobar en el Palacio Real de La Granja de Juvara y Ardemans. Cobran gran importancia asimismo los jardines y los interiores rococós.

En Galicia, Santiago de Compostela comprende el foco urbano (palacios, plazas) donde se desarrolla un barroco símbolo del poder eclesiástico, cuyas características más importantes yacen en la utilización de materiales nobles como el granito, el desarrollo de las placas (figuras geométricas superpuestas en los muros) y el gran sentido aéreo de sus edificios (frontones y campanarios). Gracias a la buena coyuntura económica, producto de las rentas percibidas por la nobleza y la Iglesia y la introducción del maíz americano, en el ámbito compostelano prolifera la construcción de pazos, iglesias y monasterios entre los que destacan la Iglesia de San Agustín de Fernández Lechuga; la Plaza del Obradoiro de Vega y Verdugo; el Monasterio de San Martín Pinario de Mateo López; la Torre del Reloj de la Catedral de Diego de Andrade; la Casa de las Pomas y la Casa de las Madres Mercedarias de Diego Romay; la Casa del Cabildo, la Casa del Deán y el Palacio de Fondevila de Fernández Sarela; la Fachada Norte o Azabachería de la Catedral de Ferro Caaveiro, y, finalmente, la Iglesia de San Fiz de Solovio y la Fachada del Convento de Santa Clara de Simón Rodríguez.

En el caso que nos ocupa, la fachada del Convento de Santa Clara (siglo XIII), facturada en granito, actúa a modo de telón de la austera fachada de la iglesia en el interior, tras el jardín. La portada, anticlásica, dispuesta en tres cuerpos, asciende desde el umbral de la entrada principal, enmarcada por un grueso baquetón y orejeras en los ángulos y flanqueada por dos placas geométricas redondas, hasta superar la primera cornisa, por encima de la cual, en el segundo cuerpo más decorado, un par de placas en forma de volutas flanquean una hornacina vacía y otra incrustada en un frontón partido con la figura de Santa Clara, que porta báculo, símbolo de guía, y custodia, símbolo de la Eucaristía. El tercer cuerpo, por su parte, se desarrolla a partir de una segunda cornisa, sobre la cual se dispone un frontón partido en su base con el escudo de la Orden de las Clarisas, que evoca las yagas de San Francisco, flanqueado por dos placas geométricas a modo de medallones o cilindros que anuncian otra más grande que corona el frontón y da una sensación de inestabilidad al conjunto de la fachada. En líneas generales, la profusa ornamentación a base de placas juega con las luces y las sombras de la fachada, donde predomina el muro sobre el vano.

BIBLIOGRAFÍA

Argan, G. C. (1999): Renacimiento y Barroco, vol. II, Madrid, Akal.

Bérchez, J. et Fómez-Ferrer, M. (1998): Arte del barroco, Madrid, Historia 16.

Folgar de la Calle, M. C. (1989): Simón Rodríguez, A Coruña, Fundación Pedro Barrié de la Maza.

Martínez Ripoll, A. (1989): El Barroco en Europa, Madrid, Historia 16.

Soraluce Blond, J.R. (1999): Guía da arquitectura galega: linguaxes e mensaxes, Vigo, Galaxia.

Vila Jato, D. (1991): Arquitectura barroca en Galicia, Madrid, Historia 16.

1 comentario: