El
documento objeto de comentario se corresponde con la fachada principal del Convento
de Santa Clara de Santiago de Compostela (1719), obra cumbre del barroco de
placas gallego y, más concretamente, del barroco compostelano, facturada por
Simón Rodríguez para las Hermanas de la Orden de las Clarisas.
El
arte barroco se define como un conjunto de manifestaciones arquitectónicas,
escultóricas y pictóricas desarrollado entre los siglos XVI y XVIII que rompe
con el clasicismo renacentista, fruto de una época de convulsiones en Europa,
esto es, la Reforma protestante y católica, los conflictos político-religiosos
y los avances científicos (Kepler, Galileo) que contribuyen al decaimiento del
antropocentrismo propio del Renacimiento. Es, asimismo, un arte propagandístico
al servicio de la Iglesia católica y las monarquías absolutistas, sobre todo la
francesa, que busca conmover al espectador a través de temas que redundan en la
fugacidad de la vida y la muerte y recursos visuales como las distorsiones
arquitectónicas, las luces irreales, la teatralidad y la escenografía.
El
arte barroco nace en Italia a finales del siglo XVI a partir del manierismo y,
a lo largo del siglo XVII (1630-1690), con centro en Roma, se va imponiendo
paulatinamente en los restantes estados europeos, donde se adapta a las
tradiciones. Entre 1690 y 1750 se desarrolla, finalmente, el barroco tardío y
el estilo Rococó, caracterizado por su gran carga decorativa y el recurso a la
escenografía.
A
nivel arquitectónico, el arte barroco varía en función de las adaptaciones
regionales. En España, la arquitectura de la primera mitad del siglo XVII se
caracteriza por sus influencias herrerianas, la transmisión de un mensaje
contrarreformista en relación con el Escorial y el monumentalismo. A lo largo
del siglo XVII se desarrolla una arquitectura jesuística que toma su modelo de
la Iglesia del Gesú de Roma, de
materiales pobres como el ladrillo, y una arquitectura urbana cuyos elementos
más importantes son la plaza mayor como la de Madrid de Gómez de la Mora, el
teatro, los paseos, las plazas de toros, etc. A partir de la segunda mitad del
siglo XVII en adelante, el rigor estructural y ornamental escurialense queda
atrás, superado por la riqueza decorativa, el movimiento y dinamismo de los
muros, la ruptura de los frontones y el dominio de la curva (Hermanos
Churriguera – Plaza Mayor de Salamanca;
Figueroa – Colegio de San Telmo de
Sevilla; Narciso Tomé – Transparente
de la Catedral de Toledo; Herrero el Joven – Iglesia del Pilar de Zaragoza; Giner Rabassa de Perellós y Lanuza –
Palacio del Marqués de Dos Aguas de
Valencia; Jaime Bort – Catedral de
Murcia). El siglo XVIII, por otra parte, asiste a la influencia del gusto
francés de Versalles y de elementos italianos combinados con españoles (bolas,
chapiteles o agujas, motivos heráldicos, materiales, etc.), tal y como podemos
comprobar en el Palacio Real de La Granja
de Juvara y Ardemans. Cobran gran importancia asimismo los jardines y los
interiores rococós.
En
Galicia, Santiago de Compostela comprende el foco urbano (palacios, plazas) donde se desarrolla un barroco símbolo del poder eclesiástico, cuyas
características más importantes yacen en la utilización de materiales nobles
como el granito, el desarrollo de las placas (figuras geométricas superpuestas
en los muros) y el gran sentido aéreo de sus edificios (frontones y
campanarios). Gracias a la buena coyuntura económica, producto de las rentas
percibidas por la nobleza y la Iglesia y la introducción del maíz americano, en
el ámbito compostelano prolifera la construcción de pazos, iglesias y
monasterios entre los que destacan la Iglesia
de San Agustín de Fernández Lechuga; la Plaza
del Obradoiro de Vega y Verdugo; el Monasterio
de San Martín Pinario de Mateo López; la Torre del Reloj de la Catedral de Diego de Andrade; la Casa de las Pomas y la Casa de las Madres Mercedarias de Diego
Romay; la Casa del Cabildo, la Casa del Deán y el Palacio de Fondevila de Fernández Sarela; la Fachada Norte o Azabachería
de la Catedral de Ferro Caaveiro, y, finalmente, la Iglesia de San Fiz de Solovio y la Fachada del Convento de Santa Clara de Simón Rodríguez.
En el
caso que nos ocupa, la fachada del Convento de Santa Clara (siglo XIII),
facturada en granito, actúa a modo de telón de la austera fachada de la iglesia
en el interior, tras el jardín. La portada, anticlásica, dispuesta en tres
cuerpos, asciende desde el umbral de la entrada principal, enmarcada por un
grueso baquetón y orejeras en los ángulos y flanqueada por dos placas
geométricas redondas, hasta superar la primera cornisa, por encima de la cual,
en el segundo cuerpo más decorado, un par de placas en forma de volutas
flanquean una hornacina vacía y otra incrustada en un frontón partido con la
figura de Santa Clara, que porta báculo, símbolo de guía, y custodia, símbolo
de la Eucaristía. El tercer cuerpo, por su parte, se desarrolla a partir de una
segunda cornisa, sobre la cual se dispone un frontón partido en su base con el escudo
de la Orden de las Clarisas, que evoca las yagas de San Francisco, flanqueado
por dos placas geométricas a modo de medallones o cilindros que anuncian otra
más grande que corona el frontón y da una sensación de
inestabilidad al conjunto de la fachada. En líneas generales, la profusa ornamentación a base
de placas juega con las luces y las sombras de la fachada, donde predomina el
muro sobre el vano.
BIBLIOGRAFÍA
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esas nalgas locas
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