miércoles, 17 de noviembre de 2021

Sarcófago de Junio Baso

El documento objeto de comentario se corresponde con la imagen del Sarcófago de Junio Baso; un sarcófago paleocristiano, de autor desconocido, realizado hacia 359 d.C., esto es, en época constantiniana (313-337 d.C.), para guardar los restos del entonces prefecto de Roma. Fue hallado en 1597 durante la construcción de la Capilla Clementina de la Basílica de San Pedro del Vaticano y actualmente se conserva en el Museo del Tesoro de aquélla.

Se trata de un sarcófago historiado de doble friso, tallado en un solo bloque de mármol, en el que podemos ver diez altorrelieves, adaptados al marco, del Antiguo y el Nuevo Testamento. Si bien apenas quedan restos de la cubierta, la inscripción superior del sarcófago ha pervivido para indicar a quién pertenecía. Los relieves se despliegan separados por columnas clásicas a lo largo de dos niveles. En el nivel superior, las columnas soportan un arquitrabe a tres bandas: las dos laterales, a izquierda y derecha, poseen fuste helicoidal, mientras que las restantes cuentan con un fuste decorado a base de bajorrelieves en los que aparecen angelitos vendimiando (símbolo de la eucaristía). En el nivel inferior, las columnas repiten el mismo esquema anterior creando una sucesión de arcos rebajados y estructuras triangulares. Los intercolumnios contienen diversas escenas. En el nivel superior, de izquierda a derecha, podemos identificar el sacrificio de Isaac; el arresto de San Pedro; Cristo redentor, imberbe, sentado en el trono celeste, sobre Urano, entre San Pedro y San Pablo (triunfo de la Iglesia); prendimiento de Cristo, y juicio de Poncio Pilatos. En el nivel inferior, de izquierda a derecha, aparecen Job, Adán y Eva (pecado original), la entrada de Cristo en Jerusalén, Daniel en el foso de los leones y el prendimiento de Pablo. La distribución de temas del Antiguo y el Nuevo Testamento es irregular y no parece atender a ningún esquema previo, aunque Cristo destaca como el elemento central de la obra, tanto en el nivel superior como en el inferior. Las figuras son alargadas e isocefálicas y aparecen en diferentes posiciones (de perfil, tres cuartos, contraposto, sentados y de pie), lo que contribuye a la sensación de movimiento. Si bien el tratamiento de la anatomía humana y de los pliegues, el cual contribuye al juego de luces y sombras, se inscribe en la tradición clásica, camina no obstante hacia el esquematismo propio de épocas posteriores. Por otra parte, apenas se deprende expresión alguna del rostro de los personajes, lo que les confiere cierto aire de indolencia y serenidad, y puede percibirse una tendencia al horror vacui. En conjunto, la obra encierra una cuádruple función: funeraria, ya que conserva los restos del difunto; religiosa, porque está decorada a base de relieves del Antiguo y el Nuevo Testamento; didáctica, ya que trata de mostrar la esencia de las Sagradas Escrituras a los fieles a través de sus mejores ejemplos, y propagandística, porque vincula directamente poder imperial y cristianismo en un sólo conjunto en el que ya no se trata de esconder el mensaje religioso como resultado de la persecución, sino de propagarlo.

En conclusión, se trata de uno de los mejores sarcófagos paleocristianos conservados, no sólo por su valor histórico, como ejemplo del triunfo del cristianismo sobre la religión antigua, sino también por su valor artístico, ya que continúa la tendencia de las formas del Bajo Imperio y anuncia algunas de las convenciones características del arte bizantino y el arte románico.

El arte paleocristiano se define como una forma de expresión arquitectónica, escultórica y pictórica propia de las primitivas comunidades cristianas surgida en el siglo III d.C. con el fin de transmitir el mensaje de la nueva religión. Dentro del arte paleocristiano distinguimos tres fases: fase preconstantiniana (200-313 d.C.), caracterizada por la ausencia de una arquitectura propia y un lenguaje plástico profundamente simbólico; fase constantiniana (313-337 d.C.), caracterizada por la construcción de templos y la utilización de un lenguaje menos críptico bajo el reinado del Emperador Constantino I (306-337 d.C.) como resultado de la tolerancia religiosa facilitada por el Edicto de Milán (313 d.C.), y fase postconstantiniana (a partir de 337 d.C.). El arte paleocristiano supone la continuación de las formas artísticas del Bajo Imperio y el inicio del arte medieval cristiano. Su evolución está ligada a los acontecimientos, sobre todo a los edictos de Milán y Tesalónica, los cuales permiten la utilización de la arquitectura y las artes figurativas (escultura, pintura, mosaico) con fines didácticos y doctrinales.

La escultura paleocristiana posee una clara finalidad didáctica y un marcado carácter simbólico, por encima de la belleza formal. Antes del Edicto de Milán, los artistas recurrían a temas geométricos, astrales y zoomorfos, mientras que la proclamación de la tolerancia religiosa les permitió tratar temas figurativos inspirados en los modelos romanos. Al margen de los crismones, los sarcófagos constituyen una de las mejores muestras de la escultura paleocristiana. Distinguimos cuatro estilos, esto es, sarcófagos de estrígiles, de friso corrido, de doble friso y con escenas (separadas), así como una evolución jalonada, como ya explicábamos, por el Edicto de Milán. En la fase preconstantiniana predominan los sarcófagos de estrígiles y de friso corrido inspirados en la tradición clásica en los que destacan los temas del Antiguo testamento, como el sarcófago de la Vía Salaria de los Museos Vaticanos (ca. 260 d.C.) o el sarcófago de la Iglesia de Santa María la Antigua de Roma (ca. 270 d.C.). En la fase constantiniana predominan los sarcófagos de doble friso y de escenas (separadas) en los que destacan los temas del Antiguo y el Nuevo Testamento y la tendencia al horror vacui, la isocefalia y el esquematismo, como el sarcófago de Jonás (ca. 300 d.C.) o el sarcófago de la Pasión (ca. 350 d.C.), ambos en los Museos Vaticanos; el sarcófago de Aurelio de la catacumba de San Lorenzo extramuros de Roma (siglo IV d.C.) o, en clave nacional, el sartego de Temes de la iglesia parroquial de Carballedo (ca. 330 d.C.), en Galicia.

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