lunes, 25 de septiembre de 2017

Bonjour, Monsieur Courbet (1854)


































La obra objeto de comentario, Bonjour, Monsieur Courbet, se corresponde con un óleo sobre lienzo realizado en 1854 por el pintor realista Gustave Courbet (1819-1877). Actualmente, el cuadro puede ser visitado en el Musée Fabre de Montpellier.

El realismo fue un movimiento artístico, enraizado en la primera mitad del siglo XIX, cuya eclosión se produjo en la década de 1850, coincidiendo con la publicación en 1855 del manifiesto del realismo de Courbet, en la Europa posterior a las oleadas revolucionarias de 1830 y 1848.

A partir del enriquecimiento de la clase media en la nueva sociedad industrial, el mercado de arte se amplió, proliferaron las exposiciones y las galerías, la prensa burguesa publicó revistas y artículos que promocionaban, defendían y explicaban las obras de arte y los movimientos artísticos, y la transformación de los modelos de mecenazgo y patronazgo afectó, inevitablemente, al gusto. Las actitudes igualitarias que acompañaron la ascensión de la clase media tuvieron como consecuencia que el arte se hiciera más accesible. Los temas abstrusos y autocomplacientes dejaron paso a aquellos otros que reafirmaban los valores de la burguesía. Los avances científicos abrieron las puertas del empirismo y promovieron una nueva actitud hacia la importancia de los hechos. Los filósofos positivistas y materialistas reforzaron el valor de lo tangible, lo que, llevado al terreno artístico, significó la preferencia por los detalles realistas y por imágenes extraídas a través de un proceso de observación. La necesidad y la urgencia de reproducir el mundo visible aceleró el descubrimiento de la fotografía a finales de la década de 1830, un invento que suponía un reto al mismo proceso de observación y, por tanto, a la pintura.

El realismo pictórico apareció en el momento en que la pintura de género abundaba en detalles historicistas y se extendió a las pintorescas escenas de la vida cotidiana. Influidos por la literatura realista, especialmente por las novelas de Balzac, los pintores de la Hermandad Prerrafaelita, Menzel o Courbet se interesaron por los aspectos sociales y en representar “el heroísmo de la vida moderna”, es decir, escenas de la vida campesina y obrera.

En cuanto al autor de la obra, Courbet nació en el seno de una acomodada familia de terratenientes y se inició en el dibujo, mientras cursaba estudios de Derecho, de la mano de un discípulo de David, Flajoulot. En 1839, a los 20 años, se trasladó a París y completó su formación en la Academia Suisse mientras estudiaba las obras de Chardin, los hermanos Le Nain, Ribera, Zurbarán, Murillo y Velázquez. El descubrimiento de las obras de Rembrandt en su viaje a los Países Bajos en 1847 revirtió en una madurez artística que le permitiría firmar las mejores obras del realismo: El entierro de Ornans y Los picapedreros (1849) y El taller del pintor (1855), obra capital de la exposición celebrada el mismo año en oposición a la Exposición Universal de París. Hombre revolucionario y provocador, abrazó la filosofía anarquista de Proudhon, participó en 1871 en la Comuna de París y fue encarcelado durante seis meses, hasta que se refugió en Suiza, donde murió en la miseria.

La obra que nos ocupa, realizada en 1854 en el transcurso de una estancia del autor con su cliente, Alfred Bruyas, en Montpellier, representa el desarrollo de una escena bajo un cielo soleado y luminoso. El efecto de los personajes, erguidos contra un paisaje de lo más banal, es de una monumentalidad extrañamente onírica. Bruyas (pelirrojo) saluda ostentosamente con el sombrero. Está de pie, pero con la mirada baja, humilde. Tras él, su criado Calas inclina respetuosamente la cabeza. Breton, el perro de Bruyas, parece el único a quien no intimida la presencia del pintor. La postura de Courbet, con su mochila llena de utensilios de pintura, se basa en un grabado del Judío Errante, representación simbólica de la humanidad doliente. Recibe el sol de lleno y proyecta una sombra muy nítida, mientras que las figuras de Bruyas y su criado se ven atenuadas por la sombra. La arrogante inclinación de la cabeza del pintor, y lo prominente de su barba, indican que acepta la muestra de respeto como algo que se le debe. Aunque fuera clasificado como realista, en este cuadro Courbet formula rotundamente la visión romántica del artista como profeta y rebelde que se merece el homenaje de la humanidad.

BIBLIOGRAFÍA

BELCHEM, J. ET PRICE, R. (EDS.) (2007): Diccionario Akal de Historia del siglo XIX, Madrid, Akal.

FARTHING, S. (ED.) (2016): 1001 pinturas que hay que ver antes de morir, Barcelona, Grijalbo.

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